viernes, 26 de enero de 2018

Escuela y familia: una alianza necesaria, un libro de Rolando Martiñá.


¿Se muestran Escuela y Familia como optimistas participantes de un juego de colaboración, como sería lógico esperar, o se enfrentan como rivales a veces enconados en un juego de competencia? ¿Por qué si es obvio que sería a todas luces recomendable colaborar, ya que tienen un difícil trabajo en común, les cuesta tanto hacerlo? ¿Y, además, por qué no aparece esta carencia como problema? ¿Por qué no figuran estas cuestiones en la “agenda educativa habitual”? ¿Por qué no se leen items relacionados con este difícil vínculo en los Planes de Estudio y en los Programas de Formación Docente? ¿Por qué los actuales y futuros docentes se forman como si en el desarrollo de sus tareas sólo tuvieran que interactuar con niños? ¿Por qué muchas veces la Institución Educativa actúa como si arrojara al desván de los fantasmas (amenazantes por definición) a aquellas personas que integran, al menos simbólicamente, la comunidad educativa, y sin cuyo aporte (humano y a veces económico), simplemente no habría escuelas?

Todas estas preguntas, y algunas otras surgidas de muchos años de experiencia cumpliendo diferentes roles en ámbitos de Salud y Educación, han llevado al autor a abocarse en este libro, tratando, en principio de instalar el tema en el ámbito del pensamiento, y también de ofrecer testimonios, casos y sugerencias prácticas de aplicación directa en hogares y escuelas.
La obra comienza con una descripción de las condiciones histórico-culturales de los tiempos que vivimos, especialmente en cuanto a aquellos aspectos que inciden directamente en el quehacer educativo en general: la aparición de los Medios Masivos como tercera agencia socializadora a menudo más atractiva e influyente que escuelas y familias y los efectos a veces paradojales del enorme desarrollo del Conocimiento en los últimos dos siglos, enfocados especialmente en el marco de las tres grandes revoluciones: la tecnocientífica, la femenina y la juvenil.
Habida cuenta de que, a causa de ellas, “hoy la Humanidad crea más información de la que puede absorber, alienta más interdependencia de la que puede administrar e impulsa cambios con una celeridad que nadie puede seguir”, parece ser que quien deba convencer hoy a los jóvenes de respetar la autoridad y las normas, y esforzarse paciente y disciplinadamente a favor de la obtención de supuestos bienes futuros, se verá seguramente desafiado con dureza.

El autor se interna luego en la trama más concreta, de la relación entre padres y maestros: sus desconfianzas y temores mutuos, sus expectativas desmesuradas, sus proyecciones de deseos, sus homogeneidades y heterogeneidades y sus contradicciones.
Para ello, plantea el análisis desde la comparación entre familias y escuelas de ayer y familias y escuelas de hoy, situándolas en un continuo afectado por la llamada “cultura del cumplimiento” y su opuesto equivalente pendular “cultura de la transgresión”. Propone, como alternativa, la construcción gradual de una “cultura del Cuidado”; propuesta de “mínima pretensión y máxima inclusión”, no referida a los sistemas de creencias básicos de los seres humanos sino a la necesidad de sobrevivir y convivir, en y con las diferencias.

Tras plantear la necesidad de introducir prácticas de negociación para resolver las habituales relaciones disfuncionales que se plantean entre ambas instituciones, la obra concluye con un Programa para Padres, dirigido a aquellas escuelas que decidan iniciar una modificación a largo plazo de la relación con las familias de sus alumnos, sin perjuicio de ofrecer además algunas sugerencias alternativas para quienes decidan enfocar el problema de modos menos sistemáticos.
La educación de nuestro país tiene muchos problemas por resolver y debemos empezar a darles solución si de verdad queremos lo que últimamente se está repitiendo con insistencia: un cambio educativo. La relación familia-escuela es uno de los temas que más preocupan.
En la actualidad existe una gran desconfianza y recelo entre padres y docentes. Algo que, por desgracia, es cada vez más intenso y generalizado. Un gran número de padres creen que la culpa de lo que ocurre con sus hijos y el mal funcionamiento del sistema educativo lo tiene la escuela y al mismo tiempo, muchos profesores creen que la culpa de cómo están los niños es de sus padres por la educación que les están dando.

Es necesario que tales recelos y desconfianzas vayan desapareciendo y consigamos una colaboración estrecha y animosa entre la escuela y la familia. Para que esto ocurra, tenemos que poner todos de nuestra parte prescindiendo de nuestros egos personales y actuando con humildad. Debemos tener muy presente que no podemos hacer cada uno por cuenta propia, mirando hacia otro lado, pues al final lo que sucede es que, de este problema, siempre salen perdiendo los mismos: nuestros hijos y alumnos.

No podemos malgastar tiempo y energías en mantener un conflicto continuado que nos está encerrando en un callejón sin salida. Tenemos que esforzarnos para salir cuanto antes de este callejón y solucionar el problema de las relaciones familia-escuela que nos está generando otros mucho mayores.

Es difícil solucionar este problema si estamos siempre esperando a que “sea el otro” el que cambie. Los padres quieren que los profesores cambiemos y al mismo tiempo, los profesores quieren que sean los padres los que cambien. Y yo me pregunto, ¿por qué no ponemos de nuestra parte y cambiamos todos? Quizá esa sea la solución.

Padres y docentes, docentes y padres tenemos que empezar a trabajar día a día hacia una misma dirección y un sentido en común. Para que esto ocurra, es necesario que nos centremos en buscar formas y fórmulas de participación, vías de colaboración, puntos de encuentro, etc. Poder colaborar será el resultado de un trabajo conjunto. Es cierto que ya existen algunas formas establecidas de participación como, los Consejos Escolares, las tutorías, las Escuelas de Padres… Pero deberíamos empezar a replantearnos su verdadera utilidad y el sentido que les estamos dando. Si no funcionan o no sirven, tendremos que buscar nuevas fórmulas o vías de colaboración acordes al mundo en que vivimos.

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