viernes, 26 de enero de 2018

Educación y emoción como forma de aprendizaje.


Una de las preocupaciones que he venido experimentando dentro de mi práctica docente es el cómo lograr que el aprendizaje de mis alumnos sean significativo y que los alumnos se involucren de manera cooperativa y activa en el desempeño de las tareas cotidianas de aprendizaje, dicha preocupación surge porque me he percatado de que entre los alumnos existe apatía, rebeldía y agresividad al momento de realizar actividades que involucren interacción ente ellos; les cuesta trabajo integrarse de manera pacífica y respetuosa con sus compañeros de diferentes edades o incluso siendo del mismo grupo de amigos.
Prefieren trabajar de manera individual y existe muy poca tolerancia hacia sus compañeros que tienen dificultad para realizar ciertas actividades. Esta apreciación me llevó a analizar mi propio quehacer docente y a cuestionarme sobre la pertinencia y suficiencia de las dinámicas de trabajo que se han desarrollado al interior de mi grupo, ya que las actividades que se realizan en “grupo” no siempre implican un aprendizaje significativo.
Los alumnos no tienen la capacidad de empanizar con otra persona, no pueden comprender lo que les ocurre a otros, se niegan ponerse en su lugar y como profesor se hace difícil empatizar con los niños, el intercambio sería más rico y el proceso satisfactorio.
Es así como surge el interés por lograr aprendizajes significativos en los niños y mejorar mi labor docente mediante dinámicas que involucren sentimientos y emociones en los alumnos, siendo mi intención conocer y trabajar con la emocionalidad en los niños de tercer grado como una alternativa para mejorar el aprendizaje armónico y significativo en los alumnos.
Es sabido que el aprendizaje es en gran medida una actividad social, por lo que la interacción entre los alumnos es importante para crear un ambiente propicio para transmitir conocimiento y mi desafío radica en nutrir la relación entre los niños, fomentar el respeto y entendimiento para crear un clima positivo, tolerante y pacífico.
Los ambientes educativos positivos y que proponen actividades en conjunto con los alumnos tienen mejor resultado que los ambientes negativos y con propensión a la violencia entre alumnos.
Para poder llegar a la instancia en la que el ambiente educativo es positivo, como docente se debe trabajar en sus propias competencias emocionales, no sólo porque facilita el proceso de adquirir conocimientos sino porque además contribuye a la anticipación, la evaluación y la resolución de problemas, capacidades que luego retrasmitirá en la formación de los futuros seres socialmente aceptables.
La emocionalidad no se trata de un conocimiento cognitivo, sino más bien experiencial y que contribuye a la vida en sociedad, permitiéndole a una persona
aprender a manejar sus emociones en diferentes situaciones, transformando, por ejemplo: sentimientos negativos en actitudes positivas (como transformar el miedo de un alumno en interés).
La relevancia de conocer cómo se impulsan los aprendizajes a través de la emocionalidad de los alumnos como interés profesional, radica en identificar la pertinencia de la práctica docente con las premisas de aprendizaje en las que se fundamenta el nuevo plan de estudios, por ello mi intención en enriquecerlo mediante estrategias con las cuales haya mayor interacción entre los alumnos para que juntos, contribuyamos a mejorar y enriquecer su conocimiento, pues las demandas que se originan dentro de la Reforma Educativa por competencias otorga tareas profesionales para fortalecer ese conjunto de habilidades, conocimientos y actitudes para desarrollarse eficazmente en el contexto social en el cual se asume que el profesor pudiera realizar ajustes o adecuaciones curriculares que atiendan las necesidades de aprendizaje de los alumnos como un promotor y generador de ideas, diseñando situaciones que permitan la construcción de conocimientos en un ambiente de interacción con los alumnos.
Es así como la expectativa es poder favorecer el compromiso, comunicación e interacción entre los estudiantes mediante el trabajo cooperativo y conducirlos a la valoración propia de sus capacidades y que esa comprensión permita generar un ambiente rico en oportunidades donde se expresen, escuchen, aporten sus ideas, interactúen y por ende, enriquezcan sus aprendizajes mediante el control de sus emociones.
La importancia en lo Institucional que tiene la implementación de la emocionalidad en un grupo de tercer grado, principalmente, generar en los niños actitudes y habilidades que impacten en el aprendizaje tales como: la disposición al trabajo, solidaridad con los demás, mayor responsabilidad al asumir sus propias tareas en lo individual y para el logro de metas comunes, desarrollar las habilidades comunicativas y de investigación, entre otras.
Lo anterior tiene la posibilidad de impactar en la confianza y autoestima de los alumnos, pues al sentirse respetados y valorados tendrían un mayor aprovechamiento escolar, factor que, si bien no es determinante, si puede contribuir a evitar la deserción de los alumnos ya sea por diversas situaciones económicas o sociales que pueden propiciar el abandono de la escuela.
El papel del desarrollo emocional en el aprendizaje es menos evidente que el desarrollo intelectual. Pero, deberemos insistir en que muy pocos pensamientos o acciones son meramente intelectuales; casi todos tienen un contenido emocional.
Cuando nos referimos al aspecto emocional también incluimos actitudes, sentimientos, valores y motivaciones. Todos ellos influyen en lo que aprenderá una persona y en el uso que hará de su aprendizaje.
La corriente de opinión que otorga gran importancia a los factores emocionales en la educación cobra cada día más fuerza. Por otra parte, realizar una explicación detallada y coherente sobre el desarrollo emocional de los niños es mucho más complejo que la del desarrollo intelectual. De hecho, las conductas emocionales tienen una amplitud y variedad mucho más extensas que las conductas intelectuales. Por ello, las teorías sobre el desarrollo emocional suelen contener muchos elementos subjetivos y especulativos, más que las del desarrollo intelectual. Son, consecuentemente, difíciles de establecer, evaluar y aplicar en clases.
Si para el desarrollo de las actividades con los niños se crea un clima amable, respetuoso, que los apoye y estimule, se habrá avanzado bastante: los profesores saben que es posible trabajar en un ambiente de razonable disciplina donde todo el mundo pueda expresarse, sin gritos, anotaciones o amenazas; es decir, se trata de crear un ambiente propicio para el aprendizaje. También saben que, si bien es importante la escuela, también lo es la familia, que tiene un papel importante en el desarrollo infantil. La familia cercana a la escuela, trabajando de consumo con la institución escolar y los profesores, puede contribuir decisivamente al desarrollo social y afectivo de los niños.
El desarrollo emocional influye directamente en la evolución intelectual del niño; un desarrollo emocional poco satisfactorio puede incidir en aspectos del desarrollo intelectual como limitaciones en la memoria, dificultades en la percepción y en la atención, y disminución de las asociaciones mentales satisfactorias. Más aún, se afirma que una atrofia emocional en la infancia puede repercutir en una limitación de la capacidad de abstracción.
Hay vinculación, entonces, entre neuro plasticidad, afectividad y aprendizaje. En el extremo opuesto, un desarrollo adecuado de las capacidades emocionales genera un aumento de la motivación y la curiosidad y de los deseos de aprender, agudizando la percepción y la intuición.
La emocionalidad, también conocida como Inteligencia Emocional, está definida por John Mayer y Peter Salovey como: “la habilidad para percibir, valorar y expresar las emociones con exactitud; la habilidad para acceder y generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la habilidad para entender la emoción y el conocimiento emocional; y la habilidad para regular las emociones y promover el crecimiento emocional e intelectual”. En el contexto educativo, tener desarrollada la competencia emocional facilita al docente el entendimiento de lo que los alumnos necesitan y cómo se sienten, permitiéndole orientar sus métodos de enseñanza según sus respuestas y motivaciones.
La incorporación de las emociones a la discusión pedagógica se volvió más fuerte cuando los estudios neurológicos más recientes dejaron entrever la importancia e influencia que tienen las emociones frente al aprendizaje.

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